La fina línea entre el uso de antibióticos para la cría animal y las infecciones en seres humanos

Luis Buzón
Médico adjunto enfermedades infecciosas - Hospital Universitario de Burgos

15/06/2018

El uso de antibióticos para optimizar la cría de animales en explotaciones ganaderas fue una práctica establecida desde hace décadas, con el consiguiente uso masivo de antibacterianos pertenecientes a las familias de las tetraciclinas, quinolonas, aminoglicósidos y polimixinas (colistina). Lejos de ser fármacos alejados de la práctica médica habitual, dichos antibióticos son los que, junto a otros, utilizamos a diario para tratar a nuestros pacientes de infecciones tan habituales como neumonías, infecciones urinarias, infecciones de piel y partes blandas, infecciones de materiales protésicos, y virtualmente cualquier infección bacteriana en humanos, ya sean adquiridas en la comunidad, o bien adquiridas en relación con los cuidados sanitarios (infecciones nosocomiales). Si bien es cierto que, en el siglo XXI, las medidas legislativas han restringido en Europa el uso de antibióticos de forma estricta, en otras regiones del planeta el uso indiscriminado sigue siendo habitual, siendo esto especialmente preocupante en regiones del sudeste asiático.

Existe en ocasiones una disputa estéril acerca de quien contribuye más o menos, en términos cuantitativos, al fenómeno de la selección y diseminación de bacterias multirresistentes para las que apenas tenemos opciones terapéuticas: si la práctica médica inadecuada en pacientes humanos o el uso de antibióticos para el proceso de crianza animal en el ámbito veterinario. Se trata de una pérdida de tiempo pues ambas contribuyen de facto y, si bien el uso veterinario no es el único factor que lo explica, tiene una relación directa e incuestionable con la explosión y diseminación en las últimas dos décadas por todo el globo de bacterias resistentes a la inmensa mayoría de antibióticos de los que disponemos. El ejemplo más ilustrativo es la familia de las Enterobacterias (cuyos integrantes más relevantes son E.coli y Klebsiella pneumoniae) y su capacidad para adquirir temibles mecanismos de resistencia frente a antibióticos betalactámicos ( carbapenemasas), quinolonas, colistina y aminoglicósidos. Las evidencias en la literatura médica de artículos de investigación que demuestran la relación directa entre las bacterias encontradas en instalaciones y ríos donde van a parar productos fecales animales y las encontradas en brotes en infecciones en seres humanos son de una solidez indiscutible e irrefutables. Especialmente abrumador es el volumen de evidencia procedente del sudeste asiático.

Lejos de tratarse de problemas regionales, en los que el uso concreto en una explotación afectaría potencialmente a los vecinos de áreas circundantes, estas bacterias se diseminan por todo el globo, produciendo brotes en países localizados a miles de kilómetros de distancia. Para complicar aún más la situación, el desarrollo de nuevos antibióticos es un proceso tremendamente complejo y a día de hoy, no es excepcional encontrarnos con situaciones en las que para tratar a un paciente las opciones son prácticamente inexistentes. Tal es el problema que para la OMS el desarrollo de nuevos antibióticos y la lucha contra estas bacterias multirresistentes se ha convertido en una de sus principales tareas en lo que va de década. Entre los microorganismos para los que la OMS considera la situación actual como “crítica” encontramos a Pseudomonas aeruginosa multirresistente, Acinetobacter baumanii multirresistente y Enterobacterias productoras de carbapenemasas, a lo que, en la última década, se suma la capacidad de almacenar, especialmente en Klebsiella y E. coli (Enterobacterias), mecanismos de resistencia transmisibles a colistina. Hace aproximadamente dos décadas, la resistencia a carbapenémicos en Klebsiella en Europa era anecdótica. Hoy, en un país tan cercano a nosotros como Italia, sometido a la estricta legislación europea en el uso de antimicrobianos en explotaciones ganaderas para crianza animal como ya hemos comentado, la prevalencia de resistencia a carbapenémicos en aislamientos de Klebsiella en casos de bacteriemia (infecciones del torrente sanguíneo) está en torno al 50%. Se trata de uno de los muchos ejemplos que representan de forma cristalina la globalidad del problema al que no se puede frenar con los límites físicos de una granja animal. La resistencia a colistina en Enterobacterias, en la última década, es otro problema de una magnitud considerable y que crece día a día.

Es importante recalcar que el consumo de productos cárnicos de animales para cuya crianza se hayan usado antimicrobianos es seguro, así como el hecho de que dicho consumo no afecta a la calidad de dichos productos. Lo verdaderamente relevante es entender que, lejos de entrar en debates estériles acerca de quien aglutina un mayor “grado de responsabilidad” en la génesis y explosión de este problema, cada sector, el médico y el veterinario, debe tomar todas las medidas necesarias para intentar ponerle freno. En el ámbito médico, la implantación de estrategias nacionales e internacionales para el uso racional de antimicrobianos (ejemplificados en los grupos PROA hospitalarios en España y programas de “antimicrobial stewardship” en el resto del mundo) son una realidad de dimensión y potencia crecientes, e influyen a diario nuestra práctica clínica.  En el ámbito veterinario, la legislación dirigida a evitar el uso de antimicrobianos de forma indiscriminada favoreciendo su uso racional para el tratamiento dirigido de uso animal, es clave. Desgraciadamente esto, que en Europa se encuentra duramente legislado, no lo está en muchas otras partes del globo. Y dada la globalidad del problema, como ya hemos comentado, sufrimos las consecuencias en nuestro medio.

Por tanto, a modo de conclusión, resulta totalmente necesario hacer un uso racional de los antimicrobianos, no solo en el tratamiento de nuestros pacientes, sino también en las granjas, así como articular otras estrategias que promuevan la salud animal en dichas instalaciones permitiendo optimizar su crianza, reservando el uso de antibióticos en las explotaciones para el tratamiento racional de las enfermedades que pudieran padecer los animales. Solo un esfuerzo conjunto de los diferentes sectores implicados podrá ayudarnos a poner coto al problema de la explosión geográfica de microorganismos para los que apenas disponemos de alternativas antibióticas.

Luis Buzón
Médico adjunto enfermedades infecciosas - Hospital Universitario de Burgos